A Sócrates, el
filósofo griego, tan feo de cuerpo como maravilloso de ideas y espíritu, al que
le profeso gran admiración y todo mi reconocimiento, se le atribuyen muchas anécdotas. Una de
ellas es esta: Jantipa, su mujer, tenía fama de gruñona y protestona. Las horas del día no le daban para zaherir a su marido, que andaba por
otras latitudes y no por las de
someterse a sus domésticas exigencias. En una ocasión Jantipa voceaba a
Sócrates y el filósofo, una vez más, no
le hacía caso. La mujer, airada, cogió un cubo de agua y se lo echó por la
cabeza. El pequeño gran hombre no se inmutó, sino que exclamó:
- Después
de los truenos siempre llega el aguacero.
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