Apenas he hablado de Ana Sáenz por aquello que de lo que se
habla no es lo que más se guarda. Me la encontré recién entrada en SL y ya
nunca la he abandonado. Es una mujer tan sólida, que como las rocas repele a
las aguas y sin embargo estas no desisten de volver en su busca. Ese puede ser
el sortilegio de la dureza para lo que no lo es. Ejerce como “entu” o suma
sacerdotisa en el Santuario de la diosa Ishtar y es su creadora y valedora de tantas de las que “ahatus”
han sido en el Santuario. Una roca como ella o, por su tamaño más bien
un peñón, que no desafía a las aguas de
las olas, sino a los mares. Y puesta a elegir uno para compararla elijo cabo Sunión, la atalaya
de Atenas para otear la arrivada de naves por lo que sería el Egeo. El que provocaba y admiraba a Demóstenes y a Lord Byron. El que como la Alhambra, por encima de su majestuosa grandeza todavía se permite
concitar los más espectaculares atardeceres para ver cada día morir al sol.
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